Nada peor que sentir que tenemos algo atravesado en la garanta y no ser capaces de hablarlo. Sentimos algo, intuimos, creemos, notamos, vemos señales o hay algo que nos hace pensar y nos deja con esa sensación de ahogo, de falta de aire. Sabemos que tenemos que hablar, que necesitamos decir lo que nos pasa, pero no queremos ser la clásica mujer que hace planteos. Nada peor que una planteadora. Nada peor que esas mujeres que de cualquier cosa hacen un mundo, que son demandantes y que no paran de exigir caprichosamente que el otro haga lo que ellas quieren. El problema es que para no convertirnos en una mujer planteadora directamente no hablamos de nada que pueda ser minimamente conflictivo. El solo hecho de etiquetar aquello que queremos decir como un planteo ya desmerece nuestros sentimientos, los descalifica. No son válidos porque son un planteo. Pero una vez más descubrimos que estas no son más que excusas. Nos escudamos en la posición de mujer independiente que la tiene clara y que sola puede resolver todos sus conflictos, pero en realidad no queremos hablar porque nos da pánico. Nos da miedo pelear, nos da miedo no obtener la respuesta que esperamos, nos da miedo admitir la verdad que negamos, nos da miedo afrontar la realidad. En definitiva nos da miedo que no nos quieran.
Por suerte a veces tomamos la decisión clave. Hablar. Eso que tenemos atragantado llega un punto que no nos deja respirar. Se convierte en una cuestión de vida o muerte y nos obliga a hablar. Es en ese instante de sinceridad donde uno habla de lo que le pasa, donde el otro escucha, donde hay un intercambio verdadero. Y más allá de que muchas veces no quedemos conformes con el pacto acordado, al menos descubrimos que fuimos capaces de abrirnos al otro y de mantener una conversación real, que fuimos capaces de comunicarnos y darnos a conocer. Es después de esos momentos de honestidad bruta cuando sentimos que podemos volver a respirar, cuando volvemos a encontrarnos con nosotros mismos y reconocernos en nuestros sentimientos, cuando quedamos en paz, aunque esa paz a veces deba convivir con el dolor de una realidad que no es la que hubiéramos querido para nosotras.
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