Un viaje con amigas empieza siempre con la esperanza de concretarlo. Digo esto porque no es fácil encontrar un lugar acorde con las expectativas de un grupo de mujeres solteras que hace una década han abandonado la adolescencia: buscamos un lugar que sea tranquilo para descansar después de un año complicado, pero que tenga joda, sea divertido y se pueda salir a la noche; que haya gente de nuestra edad o más grande porque no da eso de sentir que estamos en un jardín de infantes; que tenga lindos paisajes y cuanto más lejos mejor porque esta es la época ideal para viajar y conocer el mundo, pero que cueste baratito porque entre mudanzas y proyectos personales sólo tenemos tres pesos con cincuenta; que tenga playa para tirarnos a tomar sol, pero que posea circuitos culturales porque tantos días echadas como morsas nos aburre y hay que mantener la mente activa, además del cuerpo divino y bronceado. Por eso, como decía no es fácil encontrar un lugar que cumpla con las expectativas de todas. A veces es imposible conseguirlo y otras descubrimos casi sin darnos cuenta que estamos embarcando en Buquebus, viajando en ómnibus o despegando en el avión hacia el rumbo elegido.
Un viaje con amigas incluye a la que llega tarde a hacer el check in; a la que trae no solo toda la ropa que había en su ropero sino todo aquello que compró porque no tenía qué ponerse; a la que viene acompañada de toda la parentela para despedirla como si se estuviera yendo por cinco meses cuando en realidad la semana que viene ya está de vuelta; a la que se marea sobre cualquier medio de transporte y sufre durante ocho horas por no haber traído la pastillita que consigue que su estómago se quede en su lugar; a la que siempre se queja de que el hostel es muy lindo pero muy lejos o muy feo si queda cerca, de que el sol está muy fuerte, de que la comida es horrible, de que el café parece de hace cuatro días y de que los hombres se hacen todos los cancheros porque ninguno nos da bola.
Cuanto más grande es el grupo que se embarca mayor es la disparidad. Nunca falta la amiga que cuando está cansada hace chistes y molesta mientras la otra pone su peor cara de perro intentando intimidarla, cosa que por supuesto no consigue; la que hace su vida, lee, mira el mar, medita y que, aunque no lo parece no se pierde una y recuerda absolutamente todo lo que ocurrió durante el viaje; la que hace de contadora aunque no lo sea de profesión y junta la plata de todas, divide, calcula la propina y explica mil veces cómo es posible que pague lo mismo la que comió el pato a la naranja y la que comió una ensaladita de lechuga y tomate; y por supuesto nunca falta la que se divierte jugando juegos de mesa y se aprovecha de las novatas que recién arrancan para ganarles todos los fosforitos que apostaron.
Si cuantificáramos una aventura como esta diríamos por ejemplo que 1 viaje de 6 amigas es = a 150 kg de ropa + 20 lts de crema humectante + 34 collares para compartir + 4 libros para las tardecitas de ocio + 54 rondas de mate + 3 jarras de clericó + 198 caipiriñas + 5 caminatas por la playa + 985.498.754 horas de conversación + 8 partidos de podrida + 0 peleas.
Un viaje con amigas se convierte siempre en una experiencia distinta a todas las anteriores ya que depende del destino, de las ganas, de la cantidad de días, del clima, del alojamiento, del número de veces que utilizamos la seña "despejame el área", de la onda de las fiestas, de la gente y de los vecinos de cuarto. Eso si, lo que tienen en común todos los viajes con amigas es que cada uno de ellos nos hace ver que somos distintas y que cada una tiene algo que aportar para que el viaje sea inolvidable, porque en la variedad está la diversión.
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