2 de abril de 2008

Al lado de papá

¿Un recuerdo de mi infancia? Las peleas con mis hermanas para ver quién conseguía sentarse al lado de papá por las noches a mirar televisión. Yo tendría 8 años, Soledad 10 y Victoria 6. Por suerte Juan Cruz, que con sus 12 años era el mayor, no participaba en la contienda, nos hubiera ganado seguro, pero era una cosa de chicas.
En casa los horarios eran muy estrictos, especialmente en época de clases. Comíamos todos juntos a las ocho de la noche, en la mesa rectangular del comedor. Un vajillero de madera, una biblioteca que para mi era gigante y dos cuadros muy feos de unos gallos de colores, complementaban el mobiliario que teníamos. Un par de butacas constituían la división con el living, cuyos protagonistas eran el sillón de tres cuerpos y la televisión a color, una de las últimas adquisiciones, que solo se encendía mientras tomábamos el té y después de terminar la cena.
No recuerdo que programas veíamos, no era eso lo importante, lo fundamental era conseguir el lugar de privilegio para mirar lo que sea que mirábamos. Papá ocupaba el primer almohadón del lado derecho. Ese lugar era el mejor, para él porque podía tener Wishky o un cigarrillo en la mesa a un costado, para nosotros porque ese almohadón ya estaba gastado y tenía su forma y el hecho de que papá lo eligiera era prueba suficiente de que ningún otro se le comparaba.
- ¡Canto sentarme al lado de papá! Gritaba Soledad, cuando terminaba de comer. Yo, todavía masticando el último bocado, salía corriendo, me trepaba al sillón y me abrazaba como podía a la panza de papá. Ahí comenzaba la lucha cuerpo a cuerpo. Soledad me agarraba del brazo, de la pierna o de donde pudiera para intentar desplazarme del lugar que le correspondía. Yo me defendía con uñas y dientes o con lo que hiciera falta. Era importante ser la ganadora del día. Soledad era mucho más alta que yo y más fuerte, pero mi determinación era muy grande y no se lo hacía fácil. Victoria, por ser la menor de las tres, sabía que en la pelea saldría perdiendo por lo que apelaba a lo que mejor le salía. Arrancaba con un puchero, un par de lágrimas y terminaba llorando a grito pelado: ¡Yo me quiero sentar ahí!
Papá nos miraba un rato en silencio. Creo que en el fondo le gustaba ver que era el objetivo a alcanzar. Sus tres chicas peleándose por él. Sonreía hasta que veía que por el pasillo que conducía a los cuartos que venía mamá, muy seria y con el ceño fruncido porque estaba tratando de dormir a Ignacio, recién nacido y el bochinche no se lo permitía. Entonces, asumía el rol que le correspondía y con voz gruesa y su mejor tono de autoridad decía: ¡Basta! Y apelaba a la lógica para resolver el conflicto.
- ¿Quien se sentó ayer conmigo?
- Vicky
- ¿Y antes de ayer?
- Sole
- Entonces ya está. Le toca a Maru.
Y así se resolvía todo. No había pero que valga, ni argumento que pudiera convencerlo. Soledad me soltaba los pelos, Victoria dejaba de llorar, Juan Cruz se tiraba en el piso frente a la tele, mamá volvía a tratar de dormir a Nacho y yo me recostaba sobre papá. Ponía mi cabeza sobre su panza, me sacaba las zapatillas y subía los pies al sillón. Me hacía una bolita y ahí me quedaba hasta la hora de ir a dormir. Mi respiración se acompasaba a las subidas y bajadas de su cuerpo y él me acariciaba el pelo o me rascaba la espalda.
Era de esos momentos donde me encantaba pertenecer a esa familia, donde ya no importaba que fuera la del medio o que mi hermana menor me ganara en todas los juegos y las peleas. Era el momento donde papá se dedicaba solo a mi. Una vez que estabas con él no había nadie que te pudiera sacar, y aunque todas lo habían intentado era yo la que había ganado el mejor lugar.

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