Feliz. Así me siento. Estoy de vuelta. Soy otra vez yo. Rendí y me fue bien. Las metáforas para describir este momento son miles... me saqué un muerto de encima, una mochila menos, pude sortear esa piedra en el camino, esa barrera que no me dejaba seguir avanzando, este final me costó un Perú (asumiendo que un perú debe ser muchisimo). Si uno quiere poner a prueba su paciencia solo hace falta acercarse al pasillo de una facultad cualquiera en fecha de examen. Nada peor que esos minutos antes de que digan tu apellido y sepas que es la sentencia de muerte o el pase a la libertad.
Mientras esperaba a que me llamen miraba al resto de la gente que estaba por rendir: ahí estaba la parejita insoportable que no dejaba de hacerse mimos, se conocieron en la carrera, él no rinde y ella si, él viene a hacer el aguante, ella viene a ver si pasa. Insoportables los dos con tanto arrumaco en un lugar que está hecho para cualquier cosa menos para eso, especialmente en un día como hoy.
Allí estaba también el que camina, mueve la pierna, se sienta, se para, se vuelve a sentar, abre la mochila, golpea el piso con el pie: Pobre está nervioso, pienso, pero por Dios que se quede quieto de una vez!
No puedo dejar de notar que están las amigas que prepararon juntas la materia. Escucho sus conversaciones y parecen calcadas de las charlas pre-final que mantengo con mi amiga del alma, la única que hice en el claustro estudiantil. Hablan sobre el profesor, que parece que es gay, hablan del tiempo que le van a dedicar a no hacer nada, de sus proyectos de futuro, de la tesis que van a realizar juntas, de las materias que les quedan por rendir, de la crisis que les provoca saberse casi recibidas sabiendo que saben tan poco. Sueñan, como mi amiga del alma y como yo, con el momento en que les tiren huevos, harina y ketchup y puedan decir: Terminé!
En ese pasillo me encuentro asimismo con la clásica chica que no sabe nada, que ante cada alumno que sale de rendir pregunta: ¿Que te tomaron? y acto seguido pone cara de culpa y de angustia. Ese texto lo saltéó, esa unidad no la leyó, ese teórico ni lo miró. Yo le huyo a este tipo de mujer estudiantil porque sé que buscará un cómplice que le repita todo lo que ella no pudo o no quiso estudiar.
Desde hace años que la escenografía que decora lo pasillos por los que circulo, antes de que pongan a prueba mi conocimiento, están plagados de carteles, papeles con consignas políticas que buscan cambiar el mundo y despertar la conciencia adormecida de los estudiantes: "La renovación crece desde el pie", "No hay que cambiar de collar, sino dejar de ser perros", "Con participación renovemos el movimiento estudiantil", "Libertad a los presos políticos y cárcel a los genocidas". Parece que en esta sede de la Universidad de Buenos Aires la única opción es adherirse a un partido político o sentir la culpa eterna de la despreocupación social por el mundo y los necesitados.
Hace años que convivo con este ambiente, con esta gente. Hace años que miro las paredes sucias, las clases abarrotadas y la estructura desorganizada de la UBA, pero nunca, en ningún momento me arrepentí de haber optado por la educación pública, con sus pro y sus contras. El día que termine la carrera seré una orgullosa licenciada y una sobreviviente, que demostrará una vez más que solo hace falta querer estudiar más allá de todo.
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